Los traders somos luchadores, guerreros que batallan una y otra vez. Mi esposa dice que no pertenezco a esta época, y quizá tenga razón. Hay días en los que siento que mis pensamientos no encajan del todo en este mundo acelerado, superficial, impaciente. Yo sigo mirando el mercado como si fuera un mapa de campaña, un territorio hostil que exige respeto, lectura, estrategia.
A mi lado siempre tengo El arte de la guerra y alguna novela histórica. No por nostalgia, sino porque me recuerdan quién soy: alguien que cree que la disciplina puede moldear el destino, que el carácter se forja en el fuego de las derrotas, y que las victorias solo llegan a quienes aguantan más que los demás.
Y cuanto más estudio los mercados, más claro lo veo:
El trading no es un oficio. Es una guerra interior.
Es la eterna lucha entre lo que somos y lo que queremos ser. Entre el miedo y la convicción. Entre la ansiedad del presente y la visión del futuro.
Cuando entendí que mi sistema necesitaba un motor cuantitativo, no fue por ambición. Fue por supervivencia.
Porque un guerrero sin estrategia está condenado.
Porque un general sin información está vencido antes de empezar.
Y en ese proceso descubrí algo inesperado:
Que los mercados no se dominan con fuerza, sino con humildad.
Que la naturaleza del mercado es tan salvaje como un campo de batalla, y solo sobreviven quienes son capaces de observar, adaptarse y pensar con claridad cuando todos los demás se nublan.
Hoy, cada sesión la vivo como una marcha.
Cada operación, como un enfrentamiento.
Cada día sin señal, como una vigilia en la montaña.
Y cada beneficio no es una victoria sobre el mercado…
Es una victoria sobre mí mismo.
Porque este no es un camino de rapidez ni de impulsos.
Este es un camino de honor, disciplina, propósito y constancia.
El camino del guerrero que elige cada batalla sabiendo que, pase lo que pase, nunca dejará de luchar.
Si tú también eres así —si sientes que dentro de ti hay un guerrero y un estratega tratando de construirse un futuro— este viaje te pertenece.